HOLOCAUSTO

HOLOCAUSTO


Con las pupilas de un holocausto, golpié la puerta de todas las galaxias. En mi mano tenía la genealogía de la muerte.
Pero alguién gritó. ¡Alerta, alerta!. Ese panorama es falso como una reina azotada por el sudor de un delirio.
Me pregunte, por el descanso que a veces eriza el cielo. Por la calavera de un beso triste y por la espiga crepuscular de un rumor. Por todas esas cosas que exhalan del cerebro como voces perdidas de un lamento.
La muerte tiene un secreto con agujeros negros y sueña transitar conmigo por Nueva York.
La prisa de los pájaros recoge las cuerdas de la lluvia y sus hijos arrojan sus textos en las esquinas de un burdel. Un sepulcro de azucenas me espera para ser el último de sus duendes. Un duelista perfumado de pianos o un aladino cultivando su huerto. Pero la muerte tiene zapatos idealistas y me confunde con el retrato de una galeta sin puerto. Le he diseñado un dirigible con un poema sin piernas y la figura disecada de una princesa para que los sauces subrayados broten con más literatura. Si es un error ponerle título a la estrofa de un exilio o a una edición postergada en Madrid, deberíamos instalar un buzón en la luna y comunicarnos con Dios. Pero una nube sin fideicomiso, me trastorna con una rosa descremada.
Algo no marcha bien en la estructura de este rostro sin calles. No hay muros blandos en la muerte, ni existe un altar de lágrimas en sus avenidas, solo dibujos de palomas amarillas.
Los peces quieren recoger las flores de un bosque, pero un poeta las convirtió en metáforas con la memoria de la madrugada.
El sonido de una campana ha caído al agua y mi rutina es una semilla de tabernas milenarias. Debo entender el origen de esos pergaminos, para sacarme de las tripas este abecedario sin nombre y poder sacudir el polvo de mi aura. Mañana el sol escupirá el nido de una golondrina y crujirá el cometa de un estratega huérfano.
¡Alerta, alerta! Me dijeron cuando la muerte me señaló un nuevo concierto para atraparme arrugando papeles con una flauta. Pero el ego que le inventó, detuvo las arterias de su crepúsculo, y una mariposa comió de mi boca la sal de mi espíritu.
Olvidémonos de la muerte y escuchemos el silencio de un pájaro desnutrido.
Arranquémosle la piel a todos los diamantes y adornemos con un faro el epicentro de un estetoscopio. Dejemos que un homenaje surja de todas las latitudes y el Challenger recoja el fonógrafo del otoño con una orquídea de Venecia.
Ahora roguemos perdón por nuestras monedas de plata y sepultemos a cristo en la nueva Jerusalén. Las ramas de un olivo borrarán nuestras huellas y un fruto engordará bebiendo el destierro de un termómetro enlutado.
¡Alerta, alerta! Que un hospicio de lenguas aplastadas por los siglos viene derramando sus ojos. Un eclipse de lunas se detiene en el capítulo de una estrella apagada. De mi cuerpo surge un homicida hermoso celebrando la navidad.
Hay que homologar la garganta de todos los escuderos y retirar los días hospedados en un calendario sin religión. Nada se vende el mercado cósmico del costumbrismo. Solo los obsequios del mar tienen precio.
Un notario olvidó su firma y perdió su agenda en el horario de un parto. La ropa de un verso quedo tirada en un harén. Es por eso que el arte tiene abismos sin alas determinantes y aplausos anónimos para una lectura sedienta de fórmulas.
Las rocas del mar comienzan a caminar por el atardecer y la escultura de una isla surge de mi pensamiento. Son las razones de un imperio prolongado por el alba de un suspiro atrapado en las redes de un volcán.
El resumen histórico de la cinematografía, detiene un tornado de serafines y no es una prolongación de imágenes diseñadas por un tour de palabras.
Me queda poco idioma para trepar el balcón de una gaviota y recoger el papel descalzo de su mención original. Debo ser sutil con el cigarro de mi último tambor y comprender el estado de un prisma refugiado en un oasis. Debo ocultar en un tren el pañuelo de la luna con un observatorio de pinceles y depender de mi propia letanía. Debo sentir que es mía la última señal de la creación, con el tallo de un papiro para abrir la ventana de una estrella violenta y sacudir el hambre de una flor descuidada.
Un extremo de mi barca ha roto la risa de todas las madrugadas y de una joya temblorosa surge una pirámide adornando el zodiaco. Por eso soy la locura del horizonte que habla todos los idiomas, que busca una cruz de alevines para envolver su genio con el prólogo de un arpa.

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