EL ESTIGMA DE MI NOMBRE

EL ESTIGMA DE MI NOMBRE

Mi nombre es Homidio, vivo en la frente de la luna. En el suspiro de los pájaros. En la boca de un arcoíris y bajo la sombra de tu piel.

Soy el que cayó en la página de tus ojos como saeta sin destino. En todo lo que se oculta en el espejo de la primavera. El que rompe la luz de todos los sentimientos y restaura un sueño perdido. El que tragó la ortografía de un asteroide. A veces voy tan lejos y distante que olvido mi nombre en el perfume de los acacios. Soy el que surge de las paredes del crepúsculo del nido de todas las golondrinas de la tumba de una estrella de tu sonrisa desvelada o de la copa de una bengala y saco poemas del sombrero de un mago. De los pies de un arcángel o de una antología de peces mordiendo las nubes.

Mi nombre es Homidio en el trozo de un fulgor sin llanto oculto. En un acuario de alevines que cantan. Pero que poca cultura tengo mujer. Recordándote mi nombre sin origen,  dibujando el rostro de mi respiración en una ecuación. Un ejército de palomas transita agitando sus banderas, despertando la dicha de tu portada, recordándote que mi nombre es Homidio, en todas las campanas que se levantan, en todas las legiones que te coronan sosteniendo un beso timbrado en tu mano o recostado en la mejilla de una metáfora.

Mi nombre es el alimento de las amapolas. Las ruinas de unos huesos en el calendario del viento ocultando un anillo en el firmamento, olvidando el sendero de tus pupilas. Pero otra vez caigo en el abrazo de tus remolinos o en el piano de tu imagen, como estrofa perdida en el horizonte de un reloj.

 Cuanta nieve ha caído en la pintura de mi pensamiento, buscando la barca de tu destino en el mural de mi habitación. Tan rápido colmas mi agenda de poesía que el titulo de mi cerebro tiembla, extraviado en un bosque de pasiones. En la noche de un lucero que se desploma cuando llora la lluvia en tu pelo, deteniendo el tren de las mariposas, cubriendo la cara de un beso, rompiendo  la puerta de un planeta. Sembrando las calles con tus palabras espontaneas. Rescatando un collar del fondo de una lámpara.

Homidio me llaman los molinos del océano. Las virtudes de todas tus decoraciones, de los faros indescifrables, en las fabulas húmedas de esperanzas. El eterno explorador enigmático que te sueña, que te espera, que al quererte te admira que te busca en una contienda de suspiros. En la ciudad más iluminada de poesía. Con la virtud de un mundo contagiado de locuras, respirando mí nombre en tus dientes.

Homidio me llaman las promesas permitidas en los templos del trigo, manifestando los códigos de las fronteras, con la ternura que habita en mi aliento. Que te busca entre la gente que me llama Homidio, el que ignora a los cometas publicando el maquillaje de mis cadenas, en la residencia de un presente indicativo,  que atraviesa la imagen de una estatua con la página del  atardecer. El que redacto el volumen de los aviones. El que bailo sobre el ataúd del viento como una ráfaga polvorienta.

Ahora que sabes mi nombre mujer deja que los tigres se recuesten en sus letras y se consuman en la hoguera de tus besos. En el grito desesperado de tus piernas. Las alas de mis pupilas desbordaran la madrugada de un violín, derribando un velero de la luna. Es la rutina solitaria de un pulpito ignorado en la edición de un poema escrito con el epigrama de una bienvenida atrapada en un tambor de serpentinas verdes.

Homidio soy en la ventana de una tormenta explorando el arpa de los gorriones, en un teatro de marionetas que cantan. En todos los lugares donde los puertos se confunden con el rocío de mi sombra. En la capital de una imagen conteniendo la poesía de los flamencos. De todas las épocas retenidas en una fotografía sin fecha. En un rostro dibujado en el firmamento de los poetas que escriben lo que otros no escribirán.

Mi nombre es Homidio el que espera litigando en la esquina de un continente. Homidio el viernes, el sábado y el domingo de un lunes que se detiene en el hangar de la euforia que habita en todos los idiomas proclamando ángeles entre la gente que reposa  en la escalera de los años que le restan a los siglos que acarician la frente de los templos cuando la tarde se aproxima. Así recogen el  mana de las estaciones publicadas en el cielo. En las ágatas misteriosas que brillan en tus ojos.

Homidio en la piel de los elefantes. En el resplandor de los museos. En el capitulo de los besos embriagantes. En todas las miradas perdidas en una evocación sin origen. Mujer si pudieras comprender las vocales de mi nombre cuando sueñan las aves que se alimentan con el pan de mi risa, escribirías en el horizonte los símbolos de mis alhajas como si fueran el último respiro de una estrofa. Serias la sotana infinita del tiempo. 

Porque tan solo Homidio vive y muere en los consultorios de los helicópteros que te adoran cuando te alejas y te aproximas a las neuronas de mis fantasías. Ahora toda la reconciliación de mi habilidad que te ilumina con el suspenso de los arboles que te refrescan. La longitud de un paraíso te espera y el jardín de una opera te reclama y un océano seco se te aproxima y una lectura formidable te identifica cuando viejos marineros exploran tus venas. Así convences los días que transcurren derrumbando la sicología del cielo para refugiar estrellas en mi frente, saltando sobre la corteza de mi nombre, sobre el latido más pequeño de un girasol. Ahora bailaras conmigo la poesía que sacude el trémulo paisaje de mi nombre y olvidaras la virginidad de tus labios y el saltimbanqui que nos separa con una indolencia majestuosa de poder y me acompañaras al estrado de mi sombra, refugiando el despertar de las orquídeas y correrás por el diccionario de un lucero  saludando el clamor de los picaflores y sembraras con tus pestañas el aroma que habita en el pincel de mis sueños. Solo te pido mujer que arrojes mi nombre a todos los radares de los diafragmas y en todos los riachuelos y en cada hoja del otoño y firmes tu prologo con un pétalo en mi ultimo epigrama. Con toda la sangre de la atmosfera. Con todo el tiempo que me resta para designarte un te quiero, dulce como un escorpión y amargo como una estrella rompiendo el zodiaco de tus emblemas. Así caerán los átomos de mi imaginación y libre quedaran los pilares de mi pensamiento y lentamente renaceré en una nueva emanación como el agua que surge de la tierra que pisas cuando todos duermen en el altar de las gaviotas que viajan convirtiéndome en las tripas de una piñata agitada por el deshonor o en una encomienda de sabores perpetuando el amanecer o en las amígdalas de tu garganta en mis oídos o en el ritual melancólico de mis últimos días que se aproximan.

Azules, verdes, inocentes y culpables jugando con el interminable capricho del lenguaje. Así moriré en una evasión labrada por un astro impreciso para renacer en una comarca asignada por el hielo de una cicatriz ardiente y gritaran las pupilas de las animas ¡Naufragio! ... ¡Naufragio! … ¡Naufragio! Y trazaran su primer desmayo con el compas de mi nombre o con mi lengua astronómica y un ruiseñor rugirá encantado en la luz de una nebulosa la clásica sinfonía de mi cabeza. Para que tu mujer jamás olvides que mi nombre es ¡Homidioooooooo!. El verdadero inventor del milenio que se aproxima. El poeta solitario de un circo inevitable. El que corrige las estaciones de los calendarios fulgorosos. El génesis de los poemas inestables. El w.w.w.com/H o  de todas las respuestas sin preguntas y de los que perciben  la semejanza del feliz emprendedor de la ultima estupidez. El que brinda con el silencio de los días y los años con la túnica de la primavera. Ahora y después solo yo soy el transito de los duendes encantados por una mujer que duermes en mis labios de espuma y de políticas religiosas. Aun así me faltas tu mujer en el w.w.w.com/H  y en el ¡Ay! Sino que, del haber que escapo sin disculpas de mi yo, sin detener la estratosfera del sufrimiento o la estructura divina del pan. ¡Comer!... ¡Comer! … ¡Comer! … en las alas del Salmo 37:29 o en Juan 3:16 o en Lucas 20 es lo que ahora importa. Si fueras tu mujer asesinada por un beso yo te  resucitaría en el patio de una paloma con mi nombre sobre el nombre de Barak Obama o sobre Julio, Agosto y Septiembre del planeta que escojas cuando brillen los escudos de un matinal de mascaras.

Mis dominios recogen las plantas de tu orgullo. Los placeres de mis razones impresentables, por eso soy incapaz de ser capaz antes de hablar de ti. Mujer verdadera amiga de la asamblea que analizaron, que iban que aunque dirían que otra.

Amiga de Altazor de sus pontificados parpadeantes amigos de Walt Whitman, de Charles Baudelaire de Rubén Darío de Miguel Hernández del que sepulto su corazón en la arena con mi voz furiosa de azahares. Ahora hasta en las espinas de mi rincón sin cabellera surgen gacelas para mi lecho alondras para mi mantel, alabanzas para mi boca y un sendero frágil inagotable, sino soy el emblema de todas las culturas y la golondrina embajadora  de las naciones mas unidas en la consola de un globo frágil. Es mi nombre que te reclama en Júpiter o en la pantalla de un plasma o en el halloween de mi habitación para quebrar la historia de tu tiempo y romper la piel de un tintero.

Porque soy Homidio el que sopló el origen de tu sombra. Así ven y aléjate cuando termine pero quédate cuando recoja el acróstico de mi última locura. Porque soy la maquina imperfecta de tus noches sin puentes. El esqueleto de una flauta. La antología de un sueño inevitable. La respiración de un espejo. El sombrero de un pájaro. El silbido de una pirámide. La ventana de un remolino. El beso de un planeta. La semilla de un jazmín. El himno de las mariposas. Los  ojos de una campana. El corazón de una cortina. El sillón de una nube. El vientre de una lagrima. El  huerto de un cometa. El esclavo de un niño. El canto de las marionetas. El cerebro de tu espíritu. El dibujo de tu sangre escarchada. Los parpados inocentes de la luna. Un latido de cartas agonizantes. El fondo de una puerta cerrada. El corazón de un corazón sin corazón.

Yo y siempre la nada del todo. El estimulo constante de un sueño. Un sol desnudo explorando tu pecho. Un escapulario bebiendo mi sonrisa. El cáliz detenido en las banderas que se unen para probar del viento el aire que respiran los delfines que nacen saludando las estrellas, curando las heridas de mi nombre para robarle al tiempo un minuto de los ojos mas diáfanos del  amanecer que nunca llegara vestido de verde, rojo, amarillo o azul. Señalando que mi nombre es Homidio en el rascacielos de los duendes de los teólogos que integran el parlamento de los incognitos incapaces de enamorarse con el sonido del silencio con el estudio eterno de un antifaz sin palabras.

Homidio Opazo Martinez

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