EL GEMIDO DE UN ARPA

EL GEMIDO DE UN ARPA
Parece que ha caído una oda de tu mano,
silbando el polen de un astro en tu boca.
Hoy cada mariposa te escribe una carta
con el rumor de una estación prodigiosa.
Los puentes que cruzan los vientos
se recuestan en tus pasos de luna.
No hay palabras girando inertes
en las nubes de tu lecho cálido.
La frescura de la brisa que roza tu espejo
agita tu pelo de mujer altiva.
Todas las naves se hunden
en la letanía de tu canto
y el mar es un remolino de peces cósmicos.
Una golondrina ha dibujado tu voz
en la cortina de una vertiente
mientras tu sombra se arruga
en la puerta de la niebla.
Con el gemido de un arpa melancólica
las gaviotas se desnudan en la arena
y un lucero ha puesto su firma en tu ventana
con el murmurar de su polvo encendido.
Ahora todos caminan y se detienen
en el perfume de tu memoria
y yo corro apagando el grito
de un relámpago nupcial.
Soplando tus venas, he privado
a una rosa de su clamor nocturno
en la cúspide de un delirio renuente.
El código de mis banderas
se desploma buscando el aeropuerto de tu fotografía.
Común es la fibra del silencio
y turbio es el sabor de un mapa infinito
que me lleva a tu instinto de mármol.
Aún así el esqueleto de una nube
predice la amplitud de una tormenta de ángeles heridos
y el eco de tu voz marca el reflejo
de mi calendario disuelto en un presagio melancólico.
Una vez más, las antorchas no son eternas
sino vanidades danzando en la portada de un abrazo.
Así me conmueve la mirada de un escultor
sin tu inexorable cuerpo.
Con el estrado de tus pupilas he recogido cada átomo
abandonado en la barca de mi memoria.
He colgado el cuadro de la identidad de tu alma
en la energía embriagadora de los años pendientes.
Dejó de llover en el último jardín del suspenso
abrigado por el compás de una estrella oriental.
Mi nombre se ha convertido en un prodigioso legado
de una evocación observando el hielo de tu fuego.
Me cuesta imaginarte pública en los ojos de las palmeras
en un siglo delirante.
En un camino atado a una reliquia furiosa
de azucenas juramentadas.
El encuentro súbito de mi boca húmeda
posó en tus ojos una cólera sin época
y fuiste una canción soñadora
en el llanto de mi alma paterna.
Ya el trineo de mi sangre retorna
excitado por el recuerdo del crepúsculo
cansado de supersticiones.
Obstáculos, hierba seca de una esmeralda ,
discusión de un lamento
en el ácido conocimiento de la pupila.
Más allá una lectura ha encontrado
su rostro en tu mano latina,
como en mi cabeza, tu cuerpo
expresó de signos.
Espasmos y despojos, luna abierta
derramando leche con un péndulo.
Aroma de besos que no son los míos,
que turban la voz de mi espíritu.
Arterias y dientes crujen asesinados
por el color de un cuadro
en el mar de los pájaros
que anidan en los violines.
Conmigo viaja la visión de un respiro
inquietando tus palabras amarillas,
porque eres literatura inventada en la esfera
de una plegaria desconocida.
Un ancla refugiada en una fuente
inmortal de cálidas luces.
Ni la mayor estrella se compara
con el sabor de tus lágrimas desnudas.
Podría ser el romántico soneto de los aromos
conquistando un rostro
de una chispa muerta en un clero.
Un mástil de olas rizadas por un abismo de quimeras vacías.
Un imperio decadente palpitando en el frío de tu capa ausente.
Porque eres la piel de la noche
la atmósfera que vuela con los gorriones enlutados.
Mis conocimientos son un disfraz ajeno
que morirían en una copa candente.
En un florero de peces
o en una tumba de campanas inquietas.